EL CAMPESINO Y EL DIABLO

Cuentan que había un vez un campesino muy pobre que sólo tenía un huerto muy chiquito para alimentarse él y su familia. Una tarde, mientras estaba labrando la tierra, nuestro campesino se encontró a un diablillo sentado  encima de unas brasas.

– ¿Qué haces ahí? ¿No ves que te vas a quemar? – le preguntó con curiosidad.

– ¡No! El fuego es mi amigo, ¿No ves que soy un demonio? – respondió el diablo con cierta chulería – En realidad, estoy guardando un tesoro que está escondido debajo de esta fogata. Un cofre lleno de joyas y piedras preciosas que no quiero que nadie descubra.

– ¿Un tesoro? – Preguntó el campesino  – ¡Oye, pues te agradezco mucho que me lo guardes! Por que si el tesoro está aquí, esta tierra es lo único que tengo, pero es mia... asíq ue lo que hay bajo ella, es mío también!

El demonio no esperaba aquella reacción, y, sorprendido por que el campesino no se asustara y le reclamara el dinero, le propuso un trato:

– Bueno, yo lo he encontrado, pero tuyo será el tesoro, con la condición de que me des la mitad de tu cosecha durante dos años. Donde vivo no existen ni las hortalizas ni las verduras y la verdad es que estoy deseando darme un buen atracón de ellas porque me encantan.

– Es un trato aceptable -Dijo el campesino- Tu me guardas el tesoro y yo te doy la mitad de mi cosecha.

El demonio se acarició su barbita de chivo y dijo:

– ¡Bien! Como dices que tuyo es lo que hay bajo la tierra, yo me quedaré la mitad de arriba de lo que plantes y tu la mitad de abajo... 

Era un trato muy injusto, por que nadie quiere las raíces de las lechugas no de brócoli, ni de los tomates... Pero el joven aceptó y firmaron el acuerdo con un apretón de manos. 

Después, cada uno se fue a lo suyo.
Cuando llegó el momento de la cosecha, apareció el diablo por allí dispuesto a quedarse con toda la cosecha.

– Vengo a buscar mi parte – le dijo al muchacho.

– ¡ Claro! Dijo el campesino y le dio una montaña de hierbajos.

– ¡Pero qué es esto! Exclamó indignado el demonio–.

– Pues la parte de arriba de  todas las zanahorias, las patatas, las remolachas y las cebollas que he plantado. Lo que habíamos acordado ¿Recuerdas?

El diablo se enfadó mucho, casi se puso blanco de lo enfadado que estaba, pero se dominó a sí mismo y buscó mentir y manipular al campesino, por que no soporta perder. 

– ¡Está bien! – Dijo con una sonrisa forzada – Pero creo que he sido muy injusto contigo... Todos sabemos que lo que tiene valor es lo que hay encima de la tierra y no debajo... Por eso voy a mostrarte mi gran generosidad. Te daré el doble de oro y joyas del tesoro pero a cambio haremos una cosecha más, solo que esta vez tu te quedas la mitad de arriba y yo la de abajo. 

Y dicho esto, se marchó refunfuñando.

Pasó el otoño y el invierno y también la primavera y llegó el tiempo de la cosecha. Entobces reapareció el diablo dispuesto a llevarse lo suyo. 

– ¿Dónde está mi parte de la cosecha?

– ¡Ahí! Dijo el campesino, ya rico, señalando un montón de pajas secas, recién segadas. Este año había oferta de semillas y he plantado trigo.




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